El discurso del odio está enraizando con rapidez en muchos niños y adolescentes. Durante años lleva gestándose la progresiva aceptabilidad de los mensajes, signos y comportamientos de extrema derecha en los centros educativos españoles.
«Antes había pudor en presentar actitudes que iban en contra de los derechos humanos; ahora hay orgullo», valora Eugenia Monroy, profesora de Secundaria en un instituto del sur de Madrid
Toni Solano, director del IES Bovalar en Castellón considera que el discurso del odio está «amplificado por las redes y legitimado por grupos de WhatsApp o Telegram que retroalimentan esas posturas extremas, que difunden bulos y generan unas informaciones que resulta difícil desmontar, incluso con datos».
Ideas que provienen tanto desde las redes sociales (partidos como Vox han calado en TikTok) como de sus familias o compañeros, donde determinadas ideas se han convertido en aceptables. «Eso en algunos casos los justifica incluso ante el fracaso escolar: ‘No voy a estudiar porque, total, para que me quiten el trabajo los de fuera…», añade Solano.
Una de las diferencias más llamativas entre unos centros y otros es que sus actitudes radicales están determinadas por la composición sociodemográfica de las aulas. Monroy explica que, dado que la mayoría de sus alumnos son inmigrantes, no suelen mostrar actitudes xenófobas.
Por el contrario, en otros lugares donde la proporción de inmigrantes es menor, esta clase de comportamientos son más acentuados, como señala Solano: «Son chavales machistas, clasistas, con claro desprecio a los inmigrantes (curiosamente siendo ellos inmigrantes de segunda generación), que no soportan que otros tengan las oportunidades que ellos consideran exclusivas».
Padres y profesores también apuntan a que algunos profesores han salido del armario ideológico. «El profesor facha enrollado ahora cree que tiene el campo abierto, esa gente existía antes, pero se cortaba un pelo».
Las alternativas que propone Cámara Cívica pasan por crear «espacios de socialización en lo cotidiano«, con asociaciones juveniles y colegios, a través de juegos que presenten dilemas morales a los estudiantes que tienen que resolver para identificar sus propios discursos de odio y los bulos en los que se apoyan. «Están muy mal y se tienen que agarrar a algo. Viene de un dolor de la descomposición de la estructura social».
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