Nani (nombre ficticio) es hondureña, recién llegada a España. Trabaja como internas porque fue el único empleo que encontró. Cobra 900 euros al mes, 100 euros por debajo del salario mínimo, sin contrato, sin papeles, y su jornada es de 15 o 16 horas diarias.
“No he tenido vacaciones desde que empecé. Las pedí y me dijeron que hasta que no cumpliera un año en la casa, no me las iban a dar. No les gusta que toque nada sin permiso. Una vez, había muchísima comida en la nevera. Yo solo agarré un poquito, y no pensé que lo fuesen a notar, pero se dieron cuenta. Me gritaron, me insultaron. Aquí todos los alimentos están contados. Hasta la fruta”, cuenta por teléfono.
Hay historias mucho más duras. La explotación laboral de las trabajadoras del hogar internas, muchas de ellas en situación irregular, suele campar a sus anchas. No hay tareas definidas ni horarios, así que formarse para cambiar de trabajo resulta imposible. Los contratos escasean.
El racismo y el machismo están a la vuelta de la esquina. La violencia por parte de los empleadores son habituales. Y las internas no tienen apenas opciones. Se ven forzadas a aceptarlo, porque ese es el único trabajo al que pueden optar.
Lizzy (nombre ficticio), por ejemplo, una mujer hondureña que ha pasado por dos casas desde que llegó a Madrid en 2018. En la primera, el señor mayor al que atendía le tiraba la comida al suelo y le pedía que se vistiera “enseñando más”. En la segunda, donde todavía trabaja, el padre de los niños que cuida le ha llegado a agredir.
Beatriz (no es su nombre real), boliviana, cuenta que después de cuatro años reclamando estar dada de alta en la Seguridad Social lo acabó consiguiendo, pero con la condición de que ella misma se pagara las cuotas.
Janice, brasileña, cuenta que estuvo en una casa donde la “señora”, ya mayor, vivía y dormía con siete perros pequeños que defecaban cada noche en la cama. Los sábados le pedían que trabajara, aunque en teoría era su día libre, y cuando reclamó que se los pagaran aparte le tiraron el dinero “a la cara”.
O Constanza , de Ecuador, quien también abandonó recientemente este trabajo. En una de las casas, su empleadora se dedicaba a martirizarla con frases racistas. “Era una señora terrible –explica-. No tenía ningún filtro. Me decía que los latinoamericanos vivíamos todavía en la selva, que éramos como animales”
“Como externa, la frontera está más marcada. Pero entre las internas hay mucha sumisión y miedo. Todavía hay casas donde les quitan el pasaporte. Hay algo muy contradictorio en todo esto. Por un lado, nos dan toda su confianza, nos dejan a sus hijos y sus mayores para que los cuidemos. Por otro lado, nos tratan como a un perro. Y así nos vamos dejando la vida. Porque si no tienes papeles, buscas en este trabajo cierto refugio, para no salir mucho a la calle y que la Policía no te los pida”.
El pasado 6 de septiembre, tras dos varapalos de la justicia europea, el Consejo de Ministros aprobó un decreto ley que reconocía por vez primera el derecho de estas trabajadoras a cobrar el subsidio de desempleo y también limitaba su despido. Sin embargo, queda mucho por hacer: una parte importante del gremio no se beneficiará de estas medidas.
España es con Italia el país de la UE con mayor número de empleadas del hogar. Según los datos de agosto de afiliación a la Seguridad Social, son 373.121. Pero la última Encuesta de Población Activa va mucho más allá, elevando la cifra a 547.700, la inmensa mayoría mujeres: 487.500. Es decir, el 32% de estas trabajadoras no está dado de alta.
FUENTE:
https://www.epe.es/es/igualdad/20220925/internas-dicen-basta-cuidamos-hijos-75891805
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